El Peso de la Corona
Isa Belmonte
La captura de Lorenzo Conti fue una victoria hueca. Sus palabras, —casi infantil—, resonaban en mi mente como un campanario fúnebre. Habíamos cerrado una brecha en nuestra seguridad solo para abrir otra, más profunda y personal, en el corazón de nuestra familia. El don de Alessandro ya no era un secreto íntimo; era una vulnerabilidad estratégica que un genio lunático había sido capaz de percibir desde las sombras.
Mario manejó la situación con la pragmática brutalidad que lo definía. Conti no fue entregado a las autoridades. Eso habría significado interrogatorios, registros, papeles. Demasiada exposición. En su lugar, fue —convencido— a prestar sus servicios exclusivamente para la Corporación Colombo, desde una instalación segura y remota. No era una prisión, era una jaula de oro para un zorro domesticado. Su genio sería nuestro, su lealtad asegurada por la amenaza velada sobre lo que le quedaba de familia y por la fascinación que sentía por el —patró