Capítulo treinta y ocho. Algo se pierde, algo se gana.
El aire del penthouse olía a jabón infantil y ropa limpia. Millie dormía profundamente en la habitación que ahora era suya, con sus peluches alineados junto al cabecero y la pequeña lámpara con forma de luna encendida. Nicole la observó por un momento desde el umbral, luego cerró la puerta con cuidado.
Al girarse, se encontró con Kyan en el pasillo, apoyado contra la pared, como si llevara ahí un rato.
—¿Durmió bien? —preguntó él en voz baja.
—Como si nada de lo de hoy hubiera pasado —respondió Nicole con una leve sonrisa—. A veces envidio su mundo. Tan simple, tan directo. Lo ama todo o lo odia todo. Y luego se le pasa.
Kyan asintió y se acercó a ella, pero no la tocó. Se limitó a caminar a su lado hasta la cocina, donde la ciudad seguía parpadeando tras los ventanales como si celebrara algo invisible.
—Tengo que contarte algo —dijo él, sin rodeos.
Nicole lo miró con atención. Él tomó aire, como si se preparara para una batalla i