Mientras tanto, en el hospital general, el doctor Herrera estaba sentado al lado de Amaya, quien lo escuchaba atentamente. Él le hablaba de la visita de Ivory e Ilán y comentaba que no había visto ningún cambio en mí; seguía tartamudeando como siempre.
—¿Estás seguro? Te digo que me habló sin tartamudear —dijo Amaya, llevándose una mano a la cabeza—. ¿Tenías que cortarme de verdad la cabeza? ¿No se te pudo ocurrir otra cosa?—¿Qué quieres decir? La tenías partida y sangrando. ¿Qué es lo que pretendes ahora, Amaya? Ese golpe pudo ser fatal, ¿te volviste loca? ¿Por qué te autolesionas a ti misma? —preguntó muy serio.—Herrera, sabes muy bien en la situación que me encuentro por lo que le hice a mi hijo y su esposa, tengo que hacer que me perdone, no se me ocurrió