La nana pudo ver cómo el pánico se apoderaba de Eleonora. Ella sabía que debía actuar rápido si quería mantener bajo control la situación que había provocado al hablar de las pastillas negras.
—¡Espera, Marina! —La llamó Eleonora, tratando de sonar conciliadora—. Quizás tienes razón. Hablemos con ellos juntas. Podemos explicarles la situación y asegurarnos de que Ilán reciba lo que necesita. Marina asintió con cautela, pero su desconfianza hacia Eleonora seguía intacta. Juntas se dirigieron hacia la habitación de Ilán. Marina tocó la puerta con decisión, mientras Eleonora la observaba, sin poder disimular su rabia y pensando qué debía decir para no levantar sospechas sobre ella. Después de un tiempo prudencial, abrí la puerta con suavidad para no despertar a Ilá