Nos estrechamos en un fuerte abrazo, sintiendo que en ese instante nuestro amor era una fuerza transformadora. Era un amor que trascendía las barreras físicas y sociales, un amor que nos hacía invencibles ante las inseguridades y temores que antes parecían insuperables. Juntos, nos sentíamos completos, capaces de enfrentar el mundo y todo lo que trajera consigo.
Mientras salíamos del laboratorio, el silencio entre nosotros reflejaba el torbellino de pensamientos que nos asaltaba. El camino de regreso a casa se me hizo eterno, cada uno sumido en sus cavilaciones.—¿Todo bien, señor Ilán? —preguntó Armando—. ¿Encontraron lo que le hace daño?—No, las medicinas no son —contesté—. Pero hay una sustancia extraña en su cuerpo que deben seguir investigando para saber qué es, aunque no es seguro que sea la que le provoca eso.