El bullicio del Mercado de Artesanías de Insadong era un bálsamo para el alma de Kang Ji-woo. El aire vibraba con el murmullo de conversaciones, el tintineo de pequeñas campanas de viento y el aroma a incienso mezclado con el dulzor de los pasteles de arroz. Ji-woo, vestida con una blusa de lino que ella misma había diseñado y una falda holgada de algodón, se sentía más ella misma que nunca. Había venido a buscar inspiración, a tocar las texturas de los papeles hanji teñidos a mano, a admirar las cerámicas rústicas y a perderse entre los puestos de tejidos tradicionales. Su mente estaba llena de patrones y bocetos, y cada objeto que veía parecía susurrarle una nueva idea. Se detuvo frente a un puesto que vendía pequeños broches de fieltro con formas de flores y animales. Había una sonrisa genuina en sus labios mientras admiraba la delicadeza de la costura. Su vida, aunque modesta y llena de trabajo, se sentía auténtica, plena de un propósito que no dependía de la aprobación de nadie m