El reloj del pasillo marcaba las nueve y media de la noche cuando Julian volvió a la habitación. Llevaba horas con el corazón en un puño, sintiendo que cada minuto que pasaba lejos de Kira era un asalto más a su calma. Abrió la puerta despacio, como si el simple hecho de hacerla sonar pudiera romper algo frágil que había allí dentro.
Kira estaba despierta. Sentada en la cama, con la espalda apoyada contra las almohadas, el pelo todavía un poco húmedo y la piel más pálida de lo que él recordaba. Cuando lo vio, sus labios se curvaron apenas, pero no en la sonrisa radiante que él amaba, sino en un gesto pequeño, agotado, como si todo su cuerpo estuviera guardando fuerzas.
—Julian… —su voz fue un hilo suave, pero lo suficiente para atra