El vapor aún flotaba en el aire del baño, impregnado del aroma dulce del jabón que Kira había usado. Su piel estaba caliente, perlada de gotas que resbalaban hasta perderse bajo la toalla blanca que apenas sujetaba contra su cuerpo. Caminó hacia la habitación con el cabello húmedo cayéndole sobre los hombros, sonriendo para sí al pensar en la cena, en el gesto que haría Julian cuando le dijera que había dejado la pastilla ese día.
No tuvo tiempo de llegar a la cómoda. Una sombra se desprendió del rincón. El golpe seco de una presencia detrás de ella la hizo girar… y ahí estaba Diego. Los ojos inyectados en sangre, el pecho agitado, y esa sonrisa torcida que helaba la sangre.
—¿Qué…? ¡¿Qué hace