El sol del mediodía se filtraba entre las hojas de los árboles, tiñendo de luz dorada las mesas exteriores del pequeño restaurante bistró donde Julian solía reunirse con Zoey y Leo. Era un lugar apartado, elegante pero sin pretensiones, que ofrecía la intimidad suficiente como para que el mundo exterior se desdibujara entre copas de vino y platos bien servidos.
Julian ya estaba allí cuando Leo llegó. Vestía informal, como solía hacerlo ahora que ya no pisaba los salones llenos de hipocresía de la empresa Blackthorne. Una camisa de lino blanca remangada hasta los codos, y el cabello aún húmedo de la ducha. Kira le había dejado marcas de besos en el cuello, pero él no las había notado. Estaba en otro mundo.
Zoey ya ocupaba su asiento, riendo mientras hojeaba una carta de vinos. Cuando Leo se acercó, la sonrisa de ella se desdibujó un poco, como si intuyera que aquel encuentro no sería solo para compartir un almuerzo.
—¿Y esa cara? —preguntó Zoey, frunciendo el ceño.
Leo no respondió de