El primer día de Kira en el restaurante de la señora Aldana comenzó con un nerviosismo suave, casi dulce, como una cosquilla en el estómago. La cocina era amplia, pulcra y ruidosa, con órdenes entrando y saliendo como si el lugar nunca descansara. Kira vestía el uniforme con orgullo, y Sol caminaba a su lado, observando todo con ojos atentos. Aunque las dos sabían que ese era un trabajo exigente, también sabían que estaban en un lugar donde eran valoradas.
La señora Aldana las había presentado al equipo de manera clara y firme, como si llevarlas consigo fuera una garantía de calidad. Durante el recorrido por el restaurante, les mostró los espacios, la carta, los horarios. Kira notó de inmediato la diferencia en el trato, incluso entre los chefs. Había respeto. Había profesionalismo. Y, sobre todo, no había gritos ni miradas que pesaran como cuchillos en la espalda.
Al mediodía, Kira ya se había ganado varias sonrisas. Era rápida, atenta, tenía un carisma natural que desarmaba incluso