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Capítulo 5: No somos lo que parecemos

El café estaba lleno de murmullos, platos chocando y el aroma delicioso de pan tostado mezclado con lluvia vieja. Kira se movía entre las mesas con la agilidad de quien sabe caminar sobre fuego sin quemarse. Su uniforme estaba manchado de harina y su trenza apretada dejaba escapar mechones rebeldes por la nuca. No buscaba verse bien, pero lo estaba. De esa manera descuidada que solo tienen las mujeres que no tratan de agradar.

Julian la observaba sin pudor, sentado en la esquina con Leo y Zoey. Su sonrisa era pequeña, pero constante, como si su cara aún no estuviera segura de cómo sostenerla.

—¿Entonces… Kira? —preguntó Zoey, con la ceja arqueada y el instinto de sabueso.

—Nos conocimos hace unas noches. Larga historia —dijo Julian, sin quitarle los ojos de encima.

Kira se acercó a la mesa con su libreta de notas.

—¿Qué van a querer? Aparte de mirarme descaradamente, claro.

—Yo un capuccino doble. Con leche vegetal si tienen. Si no… con culpa —dijo Zoey.

—Un café negro y un pedazo de lo que parezca más mortal —añadió Leo.

Julian se encogió de hombros.

—Lo mismo que ellos. Y una sonrisa, si está en el menú.

Kira lo miró de reojo, divertida.

—Eso cuesta extra.

—Pago con propina.

—No aceptamos promesas. Solo efectivo.

Zoey los observaba a ambos como quien está viendo una película en cámara lenta. Había algo en el tono, en la manera en que se desafiaban sin esforzarse. Una tensión no sexual, sino humana. Como si fueran dos piezas distintas del mismo rompecabezas.

Kira se alejó para atender otra mesa y Julian la siguió con la mirada, distraído.

—No puedes ocultar esa cara —dijo Leo en voz baja.

—¿Qué cara?

—La de “estoy jodidamente interesado en alguien por primera vez en años”.

—¿Y qué tiene? —dijo Julian, sin defenderse.

Zoey apoyó la barbilla en la mano.

—¿Ya le dijiste quién eres?

—No. Y no pienso hacerlo. No todavía.

Ambos lo miraron.

—¿Quieres empezar esto con una mentira?

—No es una mentira. Es... un margen de seguridad. En cuanto sepa que soy un Blackthorne, se acabó la honestidad.

—O el respeto —agregó Leo.

—Ya sabe quiénes somos. Y los odia —dijo Julian, con algo de sombra en los ojos—. Y créanme... tiene razones.

Zoey y Leo no dijeron más. Lo entendían. Ellos habían visto a Marcus destruir personas como si fueran insectos.

Kira regresó con las tazas humeantes. Dejó una frente a cada uno con movimientos precisos, casi automáticos. Pero al dejar la de Julian, sus dedos rozaron por accidente los de él. Solo un segundo. Lo suficiente para que él contuviera el aliento y ella bajara la mirada.

—Entonces… ¿van a hacer algo después del café? —preguntó Zoey, mientras revolvía su bebida.

—Nah —respondió Kira, encogiéndose de hombros—. Hoy me toca cuidar a mi hermano.

—¿Tu hermano? ¿Qué edad tiene?

—Diez. Se llama Luka. Es brillante. Muy serio. Como un anciano en miniatura.

—¿Y no puede quedarse solo?

Kira negó con la cabeza, pero no explicó.

—Nos caes bien —intervino Zoey—. ¿Por qué no vienes con nosotros más tarde?

Kira sonrió, algo incómoda.

—Gracias, pero... ya saben. El niño.

En ese momento Sol apareció desde el fondo, ajustándose el delantal y masticando chicle con un descaro adorable. Al ver la conversación, se acercó sin invitación y dejó caer el codo sobre el respaldo de la silla de Julian.

—Yo puedo cuidar a Luka un rato. No es muy grande el depa, ni la gran cosa... pero podemos quedarnos ahí. Ustedes traen lo que quieran beber y ya. La pueden pasar bien sin arruinarse en un bar pijo.

—¿En serio? —preguntó Kira, con los ojos entrecerrados.

—Relájate. No es como si te estuviera ofreciendo venderle crack. Solo quiero verte reír. No con ese cara de “todo me arde, pero finjo que estoy bien”.

Zoey aplaudió una vez.

—¡Me encanta ella!

Leo alzó el pulgar.

—¿Hay cerveza?

—¿Hay cara de que hay dinero? —respondió Sol—. Pero tengo tequila del malo.

Julian no dijo nada. Solo seguía mirando a Kira como si su existencia fuera, de pronto, su centro de gravedad.

—¿Tú qué dices? —preguntó Kira, mirándolo directamente.

—Digo que... ir a tu casa suena mejor que cualquier plan que hayamos tenido.

Ella sonrió, pero esta vez bajó la cabeza como si no supiera muy bien qué hacer con esa sensación.

Y mientras anotaba una comanda en otra mesa, pensó en algo que no pudo evitar.

Ojalá no sea como los otros.

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