Julian se quedó junto al marco, inmóvil, con el corazón tamborileándole en el pecho. Sentía la garganta cerrada, como si las palabras quisieran salir, pero no encontraran el valor para atravesarlo.
—No te fuiste —dijo al fin, con voz ronca.
—No —respondió Kira, sin vacilar. Se puso de pie y, sin pensarlo más, lo abrazó por la cintura.
Julian se quedó congelado. El calor de su cuerpo contra el suyo, la suavidad de sus brazos rodeándolo... era como una herida expuesta al sol. Dolía, pero también sanaba. Era como si por un instante, el mundo dejara de ser un campo de batalla contra sí mismo.
—Está bien si no quieres que te vea —susurró Kira contra su pecho—. Está bien si no quieres que te toque. Está bien si un día decides mostrarme todo y otro día no puedes. No te voy a presionar... pero tampoco me voy a ir.
Julian tragó saliva. Sus brazos querían moverse, envolverla, pero el miedo los anclaba.
—No me importan tus cicatrices, ni tu cuerpo, ni lo que odias de ti. A mí me importa el hombr