Kira no había planeado escribirle. Había pasado días diciéndose que no debía abrir esa puerta, que aún era pronto, que su corazón todavía tenía heridas que apenas estaban empezando a cerrar. Pero la noche anterior al control, mientras Damian dormía sobre su pecho y la bebé dentro de ella daba un pequeño giro como si buscara su propia posición en el universo, sintió algo parecido a claridad. Tal vez era cansancio. Tal vez era maternidad. O tal vez era la certeza de que Julian, a pesar de haber fallado, seguía siendo el padre de sus hijos. Y ellos merecían que él estuviera.
Tomó el celular con manos temblorosas.
La pantalla la miró en blanco.
Escribió y borró tres veces.
Hasta que finalmente dejó una frase breve, sencilla, directa:
“Mañana tengo control. Si quieres estar… puedes venir.”
Nada más.
No un “quiero que vengas”.
No un “te necesito”.
Solo una invitación abierta.
Una oportunidad.
El mensaje se envió.
Kira apagó la pantalla.
Respiró hondo.
La vida siguió.
Julian estaba en la sal