Julian comenzó a reconquistar a Kira sin decir una sola palabra, porque entendió que las palabras habían sido exactamente lo que falló. Lo primero que hizo fue levantarse antes del amanecer, incluso en los días en que no lograba dormir, para preparar el té que ella tomaba cuando estaba nerviosa: manzanilla con un toque de miel y lavanda. Lo hacía con una delicadeza que nunca había tenido para nada que no fuera arte. Luego salía del penthouse, cruzaba la ciudad sin hablar con nadie y dejaba la taza térmica frente a la puerta del departamento de Sol. No tocaba. No esperaba. Solo dejaba el té y una nota mínima, escrita en la esquina de un papel, con frases que no pedían nada: “Que hoy te sientas ligera”, “Dormiste bien?”, “Cuida tu corazón”, “Estoy aquí, sin acercarme”. Sol era quien lo recogía. Kira intentaba que no se le notara el interés, pero siempre preguntaba: “¿Había algo afuera?”, como si quisiera aparentar indiferencia. Sin embargo, cuando sostenía la taza aún tibia, el aroma le