Kira no dijo nada. No presentó a ninguno. Diego notó el gesto y se ofendió de inmediato. Se acercó, alto, de músculos anchos y actitud dominante, y tomó a Kira del brazo con más fuerza de la necesaria.
—Tenemos que hablar. Ya —le gruñó al oído, sin disimular su molestia.
Kira frunció el ceño de inmediato.
—Suelta. Me estás lastimando.
Y entonces ocurrió algo que nadie —ni siquiera Kira— esperaba.
Julian, tranquilo, de complexión magra pero erguido como una torre que no se quiebra, dio un paso al frente y se plantó entre ambos. No tenía el cuerpo de gimnasio de Diego, pero había algo en él… algo frío, firme. Su presencia no era volumen: era filo.
—No la toques —dijo con voz baja, grave, directa como una amenaza apenas contenida.
Diego lo miró de arriba abajo. En su mente, lo descartó al instante: flaco, elegante, probablemente de oficina. No era un rival. Pero aun así… hubo algo que lo incomodó. No por el físico. No por la fuerza. Sino por la calma. Por la mirada. Por el hecho de que