Mientras tanto…
Diego tenía los pantalones apenas bajados, el cuerpo recargado contra la pared acolchada de una de las salas vacías del gimnasio donde trabajaba. Las luces tenues del área de yoga le daban un aire casi clandestino al momento, aunque a él eso le importaba poco. Entre jadeos bajos y suspiros contenidos, miraba hacia abajo con una sonrisa torcida, viendo cómo la chica morena, de piernas atléticas y labios generosos, se movía con destreza entre sus muslos.
—Eso, mamita… así… —susurró, hundiendo una mano en su cabello apretado.
Ella no respondía. Solo lo complacía. Y eso a Diego le bastaba. Le gustaba tener el control, sentir que las mujeres se ponían de rodillas por él, que podía tener lo que quisiera, cuando quisiera. Era un ego alimentado por el poder efímero que le daba su cuerpo, su sonrisa fácil, y la lengua envenenada con promesas baratas.
Pero mientras sentía el orgasmo acercarse, una imagen interrumpió su fantasía: Kira. Esa flaca testaruda con cara de ángel y carác