La mañana que había empezado tan cálida se convirtió rápidamente en un trago amargo para Kira. Estaba en la cafetería, atendiendo como siempre con una sonrisa en el rostro, cuando entró una mujer rubia con tacones altísimos, perfume invasivo y un gesto arrogante que parecía querer aplastar todo a su paso. Desde el primer momento, Kira sintió su mirada llena de juicio.
—¿Tú eres la mesera? —preguntó la mujer, sin molestarse en disimular el desprecio en su tono.
—Sí, ¿puedo ayudarte? —respondió Kira con educación, aunque algo tensa.
—Tráeme un café doble, con leche de almendra. Que esté caliente, pero no hirviendo. Y sin espuma. ¿Crees que puedas hacerlo bien o necesitas que te lo anote con crayones?
Kira sonrió con diplomacia, tragándose la respuesta que le ardía en la lengua. Fue a preparar la bebida, procurando que todo saliera perfecto. Cuando volvió a la mesa con la bandeja, la mujer estiró el brazo con brusquedad, haciendo que Kira perdiera el equilibrio y dejara caer las tazas al