Cuando la noche cayó, Julian la llevó de regreso a casa. Iban tomados de la mano, caminando en silencio, con ese tipo de conexión que no necesita palabras. Sus dedos entrelazados parecían encajar de forma perfecta, como si sus cuerpos recordaran algo que sus mentes aún no se atrevían a aceptar. Kira sentía cada paso como si flotara, con el corazón latiendo en un ritmo irregular, embriagada por la calidez tranquila que Julian le provocaba.
Frente a la puerta del departamento, ambos se detuvieron. La luz tenue del pasillo los envolvía, iluminando sus rostros con un resplandor dorado. La tensión era tan palpable que podía cortarse con un suspiro. Julian bajó la mirada hacia ella, y Kira sostuvo su mirada, tragando saliva. Sus ojos se buscaron durante segundos que parecieron eternos. Ambos sabían lo que estaba a punto de pasar… o lo que podría pasar.
Julian la miró, deseando besarla, deseando perderse en sus labios, pero no lo hizo. Por respeto. Por miedo. Porque ella tenía a alguien más.