CAPITULO 4

ALESSANDRO RIZZO

El maldito Santoro... se atrevió a tocar temas que no le corresponden. Tiene miedo. No me quiere cerca de su hija, eso es más que evidente. Y fue lo bastante sucio como para contarle lo de Angélica. Un movimiento sucio, cobarde, pero no inesperado.

—Así que me quieres lejos de tu hija —le dije apenas crucé la puerta.

Santoro, al verme, dejó los papeles a un lado. La tensión se sintió al instante. Su expresión cambió como si un rayo le cruzara el rostro.

—Le contaste lo de la muerte de Angélica.

—Tú estás tratando de meterte con mi hija —me lanzó, sin rodeos—. Agradece que no le conté lo otro. —¡Por favor! Hipócrita.

—¿Agradecerte? ¿De verdad crees que me importa si tu hija sabe  que soy mafioso? El que pierde aquí eres tú. ¿O se te olvida que también estás metido hasta el cuello? —Sus puños se tensaron.

—Yo no soy mafioso.

—Lavas dinero en tu empresa, Santoro. Eso te hace parte de este mundo sucio. ¿Qué crees que va a pensar tu "niña bonita" cuando descubra que su imperio está construido sobre sangre y plata manchada?

Se me acercó furioso, sus pasos retumbando. Intentó agarrarme, pero le bloqueé el movimiento con firmeza.

—¡Eres un desgraciado!

—¡Cuida tus palabras! No estás hablando con cualquier tipo. Con solo mover un dedo, puedo hundirte.

—¡Te quiero lejos de mi hija! —gritó, y de un golpe hizo trizas la mesa de vidrio. El estallido del cristal fue tan brutal que atrajo la atención de media oficina.

La puerta se abrió de golpe. Ahí estaba ella.

—¡Papá! ¿Qué pasó?

—Tranquila, hija, no pasó nada —intentó calmarla con voz forzada.

—¿Nada? ¿Y la mesa rota, los gritos? —Me clavó la mirada—. ¿Qué le hizo a mi padre?

¿De verdad? ¿Me está señalando a mí?

—Señorita Santoro, creo que no debería acusarme tan a la ligera. No le hice nada a su padre.

—¿Ah, no? Mi padre jamás reacciona así. —Santoro intervino, intentando tapar el desastre.

—Hija, fue un accidente. Me tropecé.

—No te creo, pero está bien, son asuntos suyos —dijo con desdén. Luego se volvió hacia mí, más altiva que nunca—. Ten cuidado con mi padre. —Una amenaza disfrazada. En vivo y en directo.

—Es mejor que vayamos a la sala de reuniones —murmuré, intentando mantener la compostura.

VALERIA SANTORO

Entramos a la sala de juntas. Las miradas se clavaron en mí como si fuese un fenómeno de feria. Hombres fríos, trajeados, con la arrogancia de quienes creen que todo les pertenece. Me observaban como si estorbara, como si no tuviera lugar allí.

—Señor Santoro, ¿su hija estará presente en la reunión? —preguntó Bruno con una mueca de desprecio.

Mi padre lo miró serio, pero no necesitaba intervenir. Esa respuesta era mía.

—¿Tiene algún problema, señor Bruno?

—Pues sí. Las mujeres no deberían estar en reuniones de hombres. —Mi sangre ardió, pero mi voz salió firme, sin temblar.

—Aclararé algo antes de empezar: les guste o no, trabajo aquí. Soy la mano derecha de mi padre y muy pronto ocuparé su lugar. Estoy más que capacitada para este puesto, y me importa una m****a lo que piensen. Si alguno no está de acuerdo, les invito a que me vendan sus malditas acciones y se larguen de mi empresa.

El silencio que siguió fue sepulcral. Solo una leve sonrisa se dibujó en los labios de Rizzo. Mi padre me estrechó la mano y me indicó que me sentara.

—Como ven, mi hija no solo tiene carácter, también tiene el control. Si quieren sacarla, les informo que ya es la dueña. Yo pronto me retiraré.

—Hicimos negocios contigo, no con una mujer —soltó otro de los presentes, torciendo el gesto.

—No me subestime —contesté con firmeza—. Puedo ser mejor que todos ustedes juntos.

—Señores —intervino Rizzo, con tono tranquilo—, dejemos que la señorita Santoro nos sorprenda.

La reunión comenzó, aunque algunos aún no tragaban la idea. Bruno, en especial, parecía más molesto con cada palabra que decía.

Y no tardó en exponer su "gran" propuesta. Una verdadera estupidez envuelta en traje caro.

—¿En serio cree que con eso sacará adelante el negocio? —Las miradas se posaron en mí.

—¿Tiene una mejor idea? —replicó Bruno, mordaz.

—Para ser honesta, sí —me levanté con calma, pero con la determinación de quien no duda—. Y la explicaré ahora.

A medida que hablaba, vi cómo algunas caras cambiaban. Rizzo me miró con una expresión que no supe leer del todo. ¿Orgullo? ¿Interés? ¿Asombro?

—Me gusta la propuesta —dijo él—. Y si los demás están de acuerdo, quiero entrar cuanto antes.

Mi padre lo fulminó con la mirada. La tensión entre ambos era densa, como pólvora esperando chispa.

La mayoría aprobó mi idea. A regañadientes, quizás. Pero la aceptaron.

—Felicidades, señorita Santoro. Nos ha sorprendido.

—Y tengo muchas más sorpresas preparadas.

Más tarde, fui a ver a mi padre. Estaba sentado, mirando por la ventana. Su figura parecía más pequeña, más... vulnerable.

—Papá, ¿todo bien? —Se giró y me sonrió con esa ternura suya que me rompía un poco por dentro.

—Estoy orgulloso de ti. Eres fuerte, determinada. Una mujer que sabe lo que quiere.

—Papá, no dejaré que nadie me aplaste. Soy mujer, sí, pero eso no me hace menos.

—Este mundo puede ser cruel con mujeres como tú. No quiero que te hieran.

—Yo puedo con esto. Y si alguien se atreve a pasar por encima de mí, me tendrá de frente.

—¡Esa es mi hija!

Al llegar a casa, el cansancio me cayó como un peso encima. Pero entonces recibí el mensaje de Antonina. Mi mejor amiga, mi cable a tierra.

—Estoy cansada —pensé—. Pero la necesito.

Le respondí que nos veríamos en media hora en el bar de siempre. Me puse una falda corta, botas altas, el cabello suelto y un maquillaje que solo decía: Estoy viva.

Le pedí al chofer que me dejara allí. No sabía cuándo volvería y no quería que me esperara toda la noche.

—¡Amiga! —Antonina me abrazó—. Te sienta bien ser empresaria.

—Y a ti, el diseño. Todavía espero mi vestido, ¿eh?

—Y lo tendrás, lo prometo. Solo que ahora tengo más trabajo del que puedo manejar.

—Como yo. Estoy agotada.

—Pues vamos a beber antes de que te desmayes aquí mismo.

Pedimos tequila como si fuera agua bendita. Bailamos, reímos, y poco a poco el estrés se evaporó. Mi cuerpo se dejó llevar por la música, sintiendo el pulso de la vida otra vez.

Hasta que unas manos se posaron en mi cintura. Un cuerpo fuerte, cálido, detrás de mí. Me tensé, lista para girarme y gritar... pero una voz familiar me detuvo en seco.

—No grites.

Me giré, y ahí estaba. El hombre que lleva ocupando mis pensamientos desde que lo conocí.

—Alessandro...

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