BIANCA
El amanecer se filtraba por las cortinas de seda cuando Bianca abrió los ojos. Había dormido apenas tres horas, pero su mente funcionaba con la precisión de un reloj suizo. Se incorporó lentamente, observando el espacio vacío a su lado en la cama. Luca había desaparecido antes del alba, como venía haciendo las últimas semanas.
Algo no encajaba. Las ausencias de Luca se habían vuelto más frecuentes, sus explicaciones más vagas, sus ojos más esquivos cuando ella preguntaba. Bianca Moretti no había llegado a liderar el imperio de su padre siendo ingenua. Reconocía las señales de la traición; las había visto demasiadas veces.
Se levantó y caminó descalza hasta el ventanal. La villa Moretti se alzaba imponente sobre la costa de Palermo, dominando el horizonte como un recordatorio del poder que ahora recaía sobre sus hombros. Abajo, en los jardines, dos guardias hacían su ronda matutina.
—¿Qué escondes, Luca? —murmuró, mientras su aliento empañaba el cristal.
Tomó su teléfono y llamó