LUCA
El amanecer se filtraba por las cortinas de seda cuando abrí los ojos. Bianca dormía plácidamente a mi lado, su respiración acompasada y tranquila, como si por fin hubiera encontrado paz después de tanto tiempo. Observé su perfil recortado contra la luz tenue: la curva de su nariz, sus labios entreabiertos, las pestañas largas proyectando sombras sobre sus mejillas. Parecía imposible que esta mujer vulnerable fuera la misma que comandaba con mano de hierro el imperio Moretti.
Deslicé un dedo por su espalda desnuda, siguiendo el camino de su columna. Ella se removió ligeramente, pero no despertó. Sonreí. El cambio en su actitud hacia mí durante las últimas semanas había sido tan inesperado como bienvenido. La muralla que había construido a su alrededor comenzaba a desmoronarse, ladrillo a ladrillo, permitiéndome vislumbrar a la verdadera Bianca, aquella que existía más allá del apellido Moretti.
—Buenos días —murmuró con voz adormilada, girándose hacia mí sin abrir los ojos.
—Buen