Rocco, que no comprende nada de lo que sucede, observa a Caterina qué inclinada limpia con ternura las lágrimas de la anciana y enseguida toma sus regordetas manos entre las suyas.
—Tu madre. ¡La pobre! Ella intentó sacarte de este mundo, lo dio todo por tu vida, se enfrentó a tu padre y murió buscando alejarte de este lugar, de tu apellido, del apellido de tu prometido. — Rocco levanta una ceja al escuchar la última frase de la mujer.
¿De qué diablos está hablando?
— Gioconda…
—Tu madre nació y creció en este mundo y no quería lo mismo para ti; para ella, tu apellido era una sentencia de muerte. — susurra y acaricia con lentitud la mano de Caterina. — La sangre es una maldición que siempre encuentra su camino.
—¿De qué diablos está hablando? — Rocco se acerca a la mujer y se inclina frente a ella, al lado de Caterina. — ¿Quién eres, mujer?
—Era mi nana, la nana de mi madre. — responde Caterina en un susurro y él s