Él la mira con fijeza, no quiere mentirle y mucho menos preocuparla.
El sonido de un teléfono lo distrae. Rocco se aleja y le ayuda a deslizar sus piernas hasta el suelo y luego toma su teléfono.
“Tienes que venir”
— ¿Te vas? — Rocco, que se había cambiado de ropa después de regresar de la cala y llevaba una camisa gris y pantalones sueltos de lino blancos y mocasines claros, se detiene frente a Caterina con el ceño fruncido, la toma de la nuca y la besa con suavidad.
— Debo irme. — Vuelve a besarla y se aleja de la sala de baño.
Caterina se queda mirando el desastre del baño y de su vestido, se desnuda y se mete a la ducha.
El eco de los pasos de Rocco replica con fuerza por todo el sótano, camina confiado, con agilidad, pero sin prisa. El lugar está oscuro, salvo por una tenue luz amarilla. Dos hombres empapados, están atados a gruesas cadenas, colgados con los brazos y piernas extendidas, descalzos