Él, ahora convertido en todo un hombre, recuerda que cuando solo tenía diez años y pasaba la mayor parte del día en un rincón del estudio de su padre observándolo dar órdenes y dirigir a sus hombres, pensaba que crecería y se convertiría en un jefe mucho más poderoso que su padre; soñaba con tener un ejército de hombres a los cuales ordenar y a una multitud de mujeres a su disponibilidad, prestas a cumplir cada uno de sus caprichos.
Su madre, que luchaba por ser respetada como la esposa del jefe del clan, le decía que tenía que ser fuerte y aprender de su padre. Que tenía que ser mejor que él, mucho más respetado, mucho más venerado, mucho más temido, y tuvo que esperar casi cuarenta años para conseguirlo y por fin se sentía poderoso, indestructible, dueño y señor de toda la Cosa Nostra.
Él, en medio de su delirio de superioridad, está convencido de que ni siquiera Mancini, que se creía todopoderoso, pudo luchar en su contra y terminó muriendo de un