El Castillo de las Sombras jamás había visto tanto movimiento. Caravanas llegaban desde el amanecer, trayendo consigo nobles, embajadores y capitanes de reinos lejanos. Los portones se abrían y cerraban sin descanso, mientras heraldos anunciaban con voz solemne los nombres de los recién llegados.
Los estandartes del reino ondeaban orgullosos en cada torreón, bañados por el sol de la tarde. Había música en los patios, los herreros trabajaban reforzando la seguridad de las puertas y las cocinas ardían como volcanes, preparando carnes especiadas, vinos y dulces que debían alcanzar para cientos de invitados.
En medio de aquel bullicio, Risa observaba todo desde el balcón de sus aposentos. Vestía de blanco, un vestido sencillo que resaltaba la delicadeza de sus facciones. Sin embargo, sus ojos revelaban inquietud. Cada visitante que atravesaba las murallas era una voz más que la juzgaría al día siguiente, cuando cumpliera dieciocho años y fuese presentada como reina.
Lady Aveline se ace