El bosque cambió.
No fue gradual. No fue sutil.
Fue como cruzar una línea invisible: un paso pertenecía al mundo real, y el siguiente conducía a un territorio donde las reglas habían sido reescritas por manos desconocidas.
Thallia lo notó al instante.
La luz filtrada por las hojas ya no tenía el color normal; era más pálida, casi enfermiza, como si los árboles estuvieran drenados de vida. El suelo, antes mullido por hojas secas, ahora estaba cubierto de polvo gris, demasiado fino, demasiado silencioso.
—Aquí es —murmuró Noctara, deteniéndose.
Thallia observó alrededor, en tensión.
—¿Qué cosa?
—El borde del dominio del sello.
Noctara levantó la mano y el aire alrededor de sus dedos vibró levemente, como si respondiera a una presencia invisible.
—Este lugar… está a medio existir. Entre dos planos. Entre lo que fue y lo que todavía no es.
Thallia frunció el ceño.
—¿Eso es bueno o malo?
—Depende —respondió Noctara—. De quién llegue primero.
Thallia apretó los puños involuntariamente. El r