El rugido no volvió a escucharse.
Eso fue lo más inquietante.
Rhaziel permanecía en el balcón oriental cuando el eco subterráneo se apagó del todo. No hubo réplica. No hubo temblor posterior. El silencio que quedó no fue alivio, sino cálculo. Como si algo hubiera comprobado la resistencia del mundo… y ahora estuviera decidiendo dónde presionar después.
—Se está replegando —dijo Kael, apoyado contra una columna—. Eso nunca es buena señal.
Rhaziel no respondió. Su atención no estaba en el horizonte, sino en el interior del palacio. En ese punto exacto donde el vínculo con Risa palpitaba con una intensidad nueva, incómoda, casi viva.
No era dolor.
Era reconocimiento mutuo.
Risa estaba sentada en el suelo de la cámara interior, rodeada por un círculo de símbolos que no recordaba haber aprendido jamás.
Sin embargo, sus manos los trazaban con precisión.
Noctara se mantenía a varios pasos de distancia, observando con una mezcla peligrosa de orgullo y preocupación. Las runas no eran lobunas.