A veces, me pregunto si realmente quiero entender al Alfa. Sus acciones, sus palabras, su mirada penetrante; todo en él está diseñado para desarmar mi voluntad, para poner a prueba mi resistencia. Pero lo que me desconcierta, lo que me consume, es la atracción que siento por él. ¿Por qué? ¿Por qué él? Cada encuentro se convierte en una prueba constante. Un juego peligroso que, por alguna razón, no quiero abandonar, aunque sé que no debería estar aquí.
Es una lucha interna que no puedo controlar. Mi mente me grita que me aleje, que lo odie, pero algo dentro de mí me dice que, al final, este hombre podría ser la única persona capaz de deshacer todo lo que he construido en mi vida. Y la verdad, me asusta más de lo que me gustaría admitir.
Hoy, el Alfa me lleva a un lugar que nunca esperé. Un entrenamiento, según él. Pero yo sé que esto no es solo una prueba física. Es algo más profundo, algo que va más allá de lo que mis ojos pueden ver. Está jugando conmigo, probando mis límites, y aunque no lo quiera, estoy comenzando a jugar su juego.
—¿Qué tienes miedo, Aurora? —su voz suena cerca, su tono tan frío como siempre, pero con un toque de desafío—. ¿Crees que puedes seguir resistiéndote todo el tiempo?
Me niego a mirarlo, pero sus palabras me atraviesan como dagas. Es cierto, tengo miedo. Miedo a ceder. Miedo a lo que siento cuando estoy cerca de él. Pero no voy a mostrarle que tiene razón. No lo voy a hacer. No quiero darle esa satisfacción.
—Yo no tengo miedo —respondo con una sonrisa forzada, tratando de parecer más segura de lo que realmente me siento.
Él se acerca un poco más, y de repente, el espacio entre nosotros parece disminuir de manera peligrosa. Como si cada paso que damos lo acercara más a mi núcleo, desmoronando las barreras que he levantado a lo largo de los años.
—Lo veremos —dice, su tono lleno de algo que no puedo identificar. Es demasiado tranquilo, casi demasiado seguro. Me obliga a seguirlo a través del pasillo oscuro, donde la única luz proviene de las lámparas bajas que emiten un resplandor tenue. La tensión en el aire es palpable, como una cuerda a punto de romperse.
Nos detenemos frente a una puerta metálica, el sonido de la cerradura al girar es casi ensordecedor. La mirada de él no se aparta de mí, y por un momento, me siento pequeña, vulnerable. Estoy acostumbrada a enfrentarme a todo con coraje, pero ahora, con él cerca, me siento atrapada en su mundo. En su juego.
La puerta se abre, revelando un gimnasio vacío, con grandes ventanas que permiten que la luz de la tarde inunde el lugar. Él me guía dentro, sin una palabra más. Me siento desorientada, pero algo en mi interior me dice que esto no es solo un entrenamiento. Es una prueba, una lección que debo aprender, aunque no sé si quiero.
—Entrenemos, Aurora —dice simplemente—. Vamos a ver si tienes lo que se necesita para sobrevivir aquí.
¿Qué significa eso? No estoy segura, pero una sensación incómoda se instala en mi estómago. No es miedo, es más bien... una advertencia. Algo en mí sabe que no se trata solo de un ejercicio físico. Es algo mucho más profundo. Algo que va a desafiarme de maneras que no puedo imaginar.
Comienza a moverse alrededor de mí, con una gracia felina, y mis ojos siguen cada uno de sus movimientos. Sus pasos son medidos, controlados. Todo en él está diseñado para dar miedo, para intimidar. Pero más que eso, hay algo más que lo hace peligroso. Su poder. Su control.
—Párate aquí —ordena. Me indica una pequeña área del gimnasio, marcada con líneas en el suelo. No tengo otra opción más que obedecer. La tensión entre nosotros aumenta, y no es solo física. Es algo mental, algo emocional. Cada vez que cruza sus brazos, cada vez que se acerca un poco más, siento como si me estuviera absorbiendo.
El entrenamiento comienza. No es tan físico como creí. Es psicológico. Me desafía, me empuja más allá de lo que pensé que podía soportar. Las preguntas que me lanza no son solo sobre mi resistencia, sino sobre mi fortaleza interior. Quiere ver si soy capaz de romperme. Si tengo el coraje de resistirle.
—¿Vas a rendirte tan fácilmente, Aurora? —su voz es dura, casi burlona, pero también hay algo más. Un atisbo de… ¿cuidado? ¿Preocupación? No, no puede ser. Eso no es posible. Este hombre no conoce la debilidad. No puede ser tan humano como yo lo quiero ver.
—No me rendiré —respiro con dificultad, mis músculos tensos por el esfuerzo. Pero el cuerpo también me traiciona. Siento mi respiración errática, mi corazón acelerado. La adrenalina está corriendo por mis venas, pero es más que eso. Es el hecho de que siento su presencia tan cerca de mí, que incluso cuando no me toca, su energía me envuelve.
—Lo dudo —dice, sus ojos observando cada uno de mis movimientos—. No tienes idea de lo que esto significa, ¿verdad?
Sus palabras me golpean como una ola, pero no puedo dejar que me derrumbe. No voy a ceder. No ahora.
Sin embargo, a medida que el entrenamiento avanza, empiezo a darme cuenta de algo que nunca imaginé. A pesar de su dureza, a pesar de la frialdad que muestra, hay momentos en que sus ojos se suavizan, en los que su mirada se vuelve menos implacable, casi… humana. Me cuesta entender por qué esos destellos de vulnerabilidad me afectan tanto, por qué me hace cuestionar todo lo que pensaba que sabía sobre él.
Es en ese momento, cuando el entrenamiento ha terminado y ambos estamos agotados, que él da un paso hacia mí.
—Te he visto ceder antes —dice, su voz ahora más baja, más grave—. Y sé que no quieres hacerlo.
Un silencio tenso cae entre nosotros. Él está tan cerca que puedo sentir su respiración, su calor. Es extraño, pero por un momento, me parece que estamos más conectados que nunca.
—¿Por qué haces esto? —le pregunto en voz baja, mis palabras llenas de algo que ni yo misma entiendo.
—Porque quiero que lo entiendas, Aurora —responde, su tono más suave que antes—. Quiero que entiendas lo que es vivir bajo mis reglas. Lo que es ser parte de mi mundo.
Y ahí está: el Alfa, mostrándome algo más allá de su fachada de dureza. Algo que me hace dudar, que me hace preguntarme si realmente estoy luchando contra él o contra mis propios deseos.
El clímax de este encuentro llega cuando, al mirarlo, veo algo más que un hombre cruel. Veo a alguien que ha sido marcado por su pasado, alguien que ha construido un muro tan alto que ni él mismo sabe cómo destruirlo.
Pero yo estoy aquí, atrapada, dispuesta a descubrir qué hay detrás de esa pared. Y lo peor es que me doy cuenta de que no quiero escapar. No lo deseo.
Mi mente no puede dejar de dar vueltas a lo que acaba de ocurrir. Cada palabra que el Alfa me dijo, cada gesto suyo, parece estar grabado a fuego en mi cerebro. En un mundo donde siempre he estado acostumbrada a huir de lo que me da miedo, ahora me encuentro atrapada en una maraña de emociones que no sé cómo manejar. Mi cuerpo, mi alma, todo parece estar dividido entre el temor y algo mucho más profundo... algo que no quiero admitir.
Mientras camino por la habitación, mis pasos son casi inaudibles, y sin embargo, cada vez que lo miro a él, mi corazón late más rápido. El Alfa se recarga contra la pared, su mirada fija en mí, calculando cada uno de mis movimientos. Siento la presión de su presencia, como una fuerza invisible que me oprime el pecho, pero a la vez... hay algo en él que me atrae de manera irremediable.
—Tienes muchas preguntas —dice, y su voz es grave, cargada de una tensión que me hace estremecer.
Me atrevo a mirarlo de nuevo, a desafiar su mirada. No sé por qué, pero siento que en ese momento, mi alma está expuesta, vulnerable a él, como nunca antes lo había estado ante nadie. Mi lucha interna es feroz. Mi cabeza me grita que no debo confiar en él, que es un hombre peligroso, pero mi corazón parece no escuchar.
—No quiero tus respuestas, Alfa. —La rabia tiñe mis palabras, más por el deseo reprimido que por otra cosa. —Solo quiero salir de aquí.
Él se aproxima, dando un paso tras otro, con esa confianza inquebrantable que me revuelca las entrañas. Cada movimiento suyo es seguro, determinado, como si todo estuviera bajo su control. Y de alguna manera... todo lo que pasa dentro de mí también parece estar bajo su control. Es aterrador y fascinante al mismo tiempo.
—¿De verdad crees que puedes irte? —Su voz es casi un susurro, pero tiene la fuerza de un trueno. —Este es tu destino, Aurora. No puedes escapar de lo que eres, ni de lo que yo soy. Y no, no te estoy pidiendo que lo aceptes de inmediato. Pero tarde o temprano, tendrás que hacerlo.
El calor en mi rostro aumenta, no solo por su cercanía, sino por la intensidad de sus palabras. Mi respiración se acelera. Un nudo se forma en mi garganta, pero no dejo que la duda se apodere de mí. No debo ceder. No debo permitir que este hombre me manipule como si fuera una simple pieza en su juego.
Él sonríe ligeramente, como si hubiera leído mis pensamientos, y la sonrisa en sus labios es tan intrigante como peligrosa. No es una sonrisa de simpatía, ni de burla. Es algo más... algo que no logro comprender del todo. Un juego de poder que apenas comienzo a entender.
—No eres tan fuerte como piensas, Aurora. —Se detiene frente a mí, demasiado cerca. Mis ojos suben hasta los suyos, y por un segundo, parece que el mundo se detiene. —Pero eso no significa que no puedas aprender a serlo.
Las palabras me golpean como una ola. ¿Aprender a ser fuerte? ¿Significa eso que debo aceptar lo que está pasando entre nosotros? ¿Lo que está sucediendo dentro de mí? Me siento perdida, atrapada entre la razón y el deseo, entre el miedo y la fascinación.
Él da un paso hacia atrás, dejándome respirar por un momento. Algo en su postura cambia, como si hubiese reconocido la lucha interna que estoy librando. Su mirada es un enigma, imposible de leer completamente.
—No te voy a hacer daño, Aurora. —Sus palabras suenan más suaves, pero siguen teniendo el peso de su poder detrás. —Pero tendrás que aprender a confiar en mí, si quieres salir de esta sin perderte en el proceso.
Mi mente está a punto de estallar. ¿Confiar en él? ¿En un hombre como él, que ha sido tan frío, tan dominante, que ha marcado mi vida con su presencia como si fuera su propiedad? No. No puedo.
Pero aún así, algo dentro de mí no puede dejar de preguntarse qué pasaría si realmente me dejara llevar. Si realmente me entregara a esta atracción que no puedo controlar. Si me permitiera sentir lo que sea que él provoca en mí.
Mi respiración se detiene por un momento, mi corazón late desbocado. No puedo permitir que esto continúe. No debo ceder. Pero, ¿qué pasa si ya he cedido sin darme cuenta? ¿Qué pasa si mi destino ya está sellado por algo mucho más grande que yo?
—Entonces, ¿qué quieres de mí? —Mi voz tiembla, no por miedo, sino por la confusión que siento. —¿Por qué no simplemente me dejas ir?
El Alfa da otro paso hacia mí, esta vez tan cerca que puedo sentir su calor, su presencia envolviéndome. Su aliento es como una caricia en mi cuello, y por un segundo, el deseo se mezcla con el miedo, formando una corriente electrizante que me recorre toda.
—Lo que quiero de ti —dice, y la intensidad de su mirada me hace temblar— es que aceptes que ya no tienes control sobre lo que sientes. Ni sobre lo que pasará entre nosotros. Lo único que puedes decidir ahora es cómo manejarlo. Y créeme, Aurora, no será fácil.
Algo en su voz, en sus palabras, hace que mi cuerpo reaccione. La atracción que siento por él se intensifica. Es casi insoportable, como un fuego que quema desde el interior. Mi mente me grita que me aleje, pero mis pies no se mueven. Estoy paralizada, atrapada en su juego, sin saber cómo escapar.
Él se aleja finalmente, rompiendo el hechizo. Mi respiración es irregular, mi mente sigue dando vueltas a todo lo que acaba de suceder. Me siento completamente confundida, perdida en este torbellino de emociones.
—Piensa en lo que te he dicho, Aurora. —Sus palabras flotan en el aire mientras él da un paso atrás. —Y recuerda, lo que te está pasando no es solo cosa mía. Tienes mucho más de lo que crees.
La puerta se cierra detrás de él, y por primera vez en mucho tiempo, siento la sensación de estar completamente sola. Pero no por mucho. Porque sé que la próxima vez que lo vea, mi lucha interna será aún más intensa.
Porque, a pesar de todo, sé que ya he comenzado a perderme en este hombre. Y no sé si eso es lo peor o lo mejor que me ha pasado.