4

La marca... no se iba. Era lo primero que pensaba cada mañana, lo que me hacía despertar entre sudores fríos, entre la confusión y el miedo. Era una marca que no podía ver, pero sentía en lo más profundo de mis entrañas. Era suya, y eso, en algún rincón de mi ser, me aterraba. No era solo un símbolo físico, no. Era más. Mucho más.

Desde el primer día en que lo vi, su presencia se había convertido en un agujero en mi mente, una obsesión silenciosa que no podía ignorar. Pero ahora, con esta sensación en mi pecho, me era imposible seguir manteniendo las distancias. La relación que había jurado nunca permitir que sucediera... ya estaba en marcha.

No podía comprender cómo algo tan simple como un encuentro, una mirada, podía desatar un caos interno tan destructivo. El Alfa me había marcado, y no solo en cuerpo, sino en mi alma, en mis pensamientos, en cada rincón de mi vida. No había escapatoria. Lo sabía, y aún así, lo negaba.

"Él es todo lo que odio", me repetía constantemente, pero era una mentira. Había algo dentro de mí que comenzaba a aceptar lo inaceptable, una necesidad que no podía justificar.

La última vez que estuvimos juntos, las palabras que me había dicho seguían retumbando en mi mente: "Ya no puedes huir. Eres mía."

Y había sido cierto. Cada vez que lo veía, me sentía más débil. Cada vez que me miraba, ese vacío en mi interior crecía más. ¿Qué me estaba sucediendo? ¿Qué demonios era lo que él había hecho conmigo? ¿Por qué mi cuerpo respondía a su llamada, incluso cuando mi mente gritaba que no lo hiciera?

De repente, la puerta de la habitación se abrió con un crujido, y ahí estaba él, de pie en el umbral, su presencia tan imponente como siempre. Esa maldita calma, esa frialdad. Pero en sus ojos... había algo diferente. Algo que, aunque no lo entendiera, me hizo dar un paso atrás involuntariamente.

—Aurora —su voz suave, casi baja, pero cargada de una amenaza sutil—, no huyas de mí.

No podía. No sabía si porque mi cuerpo no quería o porque algo dentro de mí, profundamente arraigado, me obligaba a quedarme. El Alfa me estudiaba con esos ojos penetrantes, como si pudiera leerme hasta el último de mis pensamientos. Su mirada no era solo fría, también era peligrosa. Sabía que no podía esconder nada de él.

—No quiero estar aquí. No quiero que me toques —dije, aunque mi voz no sonaba tan fuerte como hubiera querido. Mis manos, temblorosas, se apretaron contra la tela de mi vestido. Estaba nerviosa, enloquecida.

Él dio un paso hacia mí, y mi respiración se detuvo. Había algo tan imponente en su figura, algo tan dominante que no sabía cómo reaccionar. Su proximidad me hacía sentir minúscula, pero a la vez, me atraía sin remedio.

—Aurora... —su nombre era un susurro en su boca, casi un rugido contenido. Se acercó aún más, pero no me tocó. Solo me observó, como si estuviera esperando algo de mí.

No podía seguir huyendo, no de él, no de la conexión que se estaba creando entre nosotros. No era solo su poder lo que me frenaba, ni siquiera su presencia dominante. Era algo más. Algo profundo, que se había infiltrado en mi corazón sin que yo pudiera evitarlo. Algo que me obligaba a estar cerca de él, a quererlo, aunque no lo deseara.

—Eres mía —repitió, más bajo, con una suavidad aterradora. No necesitaba gritar para hacerme sentir su poder.

Intenté levantar la cabeza, resistirme, pero la verdad me golpeó de repente. Me había marcado. No con sus garras, no con una cicatriz física... pero su presencia era como una huella imborrable en mi alma, algo que no podía borrar, aunque lo intentara. Y si me detenía a pensar en eso, me aterraba aún más.

—¿Por qué me haces esto? —mi voz salió quebrada. Las palabras no parecían suficientes. El miedo, la confusión... se desbordaban de mi pecho. Quería gritarle, pero sabía que no serviría de nada.

Él inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera analizando mis palabras. No hizo el mínimo intento de acercarse, pero su mirada... esa mirada... me mantenía cautiva.

—Porque no te puedo dejar ir. —Su respuesta fue directa, como una sentencia.

Intenté dar un paso atrás, pero no me moví. Mi cuerpo no quería retroceder. Y el Alfa lo sabía. Él sabía que no podía escapar, que había algo mucho más profundo que lo mantenía atada a él. Algo que no podía controlar.

—¿Qué quieres de mí? —esta vez, la pregunta salió con más fuerza, porque aunque lo odiara, la necesidad de saberlo se estaba apoderando de mí.

Él finalmente avanzó, despacio, pero con una determinación que me hizo estremecer. Se detuvo frente a mí, casi a la distancia de un suspiro. Todo mi cuerpo se tensó, pero no pude apartar la mirada. Él tenía una influencia sobre mí que no podía negar, y eso me enfurecía.

—Quiero que aceptes lo que eres. Lo que eres para mí. —Las palabras llegaron como una caricia, pero su significado me golpeó con la fuerza de un trueno.

Quería odiarlo. Quería gritarle que no tenía derecho, que no podía hacerme esto. Pero todo en mí, todo mi ser, se estaba rebelando contra eso. Porque, aunque lo odiara, también lo deseaba. Y ese deseo me asustaba más que cualquier otra cosa.

—No lo aceptaré —respondí con dureza, pero mi voz traicionó mi determinación, temblando con un suspiro apenas contenido.

Él no dijo nada más, pero su sonrisa, esa sonrisa arrogante, me dejó en claro que sabía exactamente lo que pensaba. Sabía que lo que decía era una mentira. Porque me estaba perdiendo en su mundo. Y no había forma de detenerlo.

Mi mente estaba a punto de estallar, las emociones dentro de mí se chocaban unas contra otras. Me sentía atrapada entre el odio y la necesidad, entre la desesperación y el deseo. Y lo peor de todo... es que ya no sabía en qué dirección iba a caer.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP