28

El suelo temblaba bajo mis pies, no por el peso de los enemigos que se acercaban, sino por la fuerza que se agitaba dentro de mí como una tormenta a punto de estallar.

El ataque no había cesado del todo desde la noche anterior. Los límites de la manada eran vulnerables, y los que se atrevían a cruzarlos sabían lo que buscaban. No tierras. No poder. Me querían a mí. O al monstruo que creían que yo iba a ser.

Lo sentía en el aire. Denso, cargado, como si la Luna misma contuviera el aliento.

—¡A la izquierda! —grité, girando con la lanza en alto. La madera crujió entre mis dedos mientras la arrojaba directo al pecho de un enemigo encapuchado.

Impacto seco. Grito. Silencio.

Mi respiración era irregular, mi corazón un tambor de guerra enloquecido. A mi lado, Kael rugía en su forma híbrida, desgarrando y protegiendo. Un dios de la guerra en carne y lobo.

Nos movíamos sincronizados. Como si nuestros cuerpos ya no fueran dos, sino una extensión del otro.

Lo odiaba.

Y lo amaba.

La rabia era ga
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