Desde hace tres noches, los sueños no me dan tregua. Se sienten más como visiones que como simples creaciones de mi mente agotada. No es normal soñar con sangre en la nieve, con garras arañando la tierra húmeda y con los ojos de Kael brillando como brasas justo antes de que su voz susurre mi nombre en un tono que es más lamento que llamado.
No. No es normal.
Y aún así, despierto cada madrugada empapada en sudor, con el corazón galopando como si hubiera estado corriendo por mi vida. Como si algo—alguien—me buscara desde otro plano.
Esta mañana no fue diferente. Me senté en la cama jadeando, la piel de gallina, y Kael no estaba junto a mí. Lo que es raro, porque últimamente duerme aquí casi todas las noches. Como si necesitara tenerme cerca. Como si ya no supiera existir sin mí.
Y tal vez yo tampoco sin él, lo cual es... aterrador.
Porque, aunque mi cuerpo le pertenece cada vez más, mi mente aún se resiste. A veces siento que me estoy perdiendo. Que, en lugar de encontrarme en esta mana