Mentir por omisión también es mentir.
Es lo primero que pensé esta mañana, cuando volví a la cabaña de Marea después de que Kael se fue al bosque a entrenar a los nuevos lobos. Tenía los nudillos marcados de ansiedad por tanto apretarlos durante la noche, y la mente atrapada en la única frase que no dejó de repetirse en bucle en mis sueños: “Su linaje no es solo sangre, es maldición”.
Y ahora necesito respuestas. No promesas susurradas al oído entre caricias tibias. No silencios disfrazados de protección.
La anciana no pareció sorprendida cuando regresé. Ni siquiera me saludó.
—Te lo advertí —fue lo único que dijo, como si ya supiera que iba a escarbar donde no debía.
—Necesito saberlo todo —respondí, sin rodeos. Mis días de dejarme envolver por la piel caliente de Kael y sus palabras entrecortadas han terminado.
—¿Estás segura? —preguntó con un deje de cansancio.
Asentí.
Me entregó un cuaderno viejo, con las esquinas mordidas por el tiempo y el olor acre de historia no contada. Lo ab