El silencio es lo más pesado cuando te sientes atrapada en tu propia cabeza. Cuando cada pensamiento te persigue, y las emociones se entrelazan en una telaraña que no puedes desenredar. A veces, deseo poder dejar de pensar, apagar la mente, escapar del torbellino de dudas que me consume cada vez que Kael se acerca.
La manada, su protección, su toque... Todo en él me arrastra hacia un abismo del que no sé si quiero escapar o sumergirme más.
Kael me observa en silencio, como siempre, con esos ojos dorados que parecen leer mi alma sin esfuerzo. Nunca he sido una persona fácil de leer, pero él… él tiene una manera de despojarme de mis capas sin decir una sola palabra. Es como si viera más allá de mis muros, más allá de mis defensas. Y eso me aterraba.
—¿Por qué estás tan callada? —pregunta, su voz rasposa, y se acerca un paso más. Está tan cerca que puedo sentir su calor envolviéndome, esa energía palpable que me hace querer retroceder, pero también acercarme más.
—No sé de qué hablas —di