Aidan
La observé dormir, su respiración acompasada y tranquila contrastaba con la tormenta que rugía dentro de mí. Noelia se había quedado dormida en el sofá después de nuestra conversación, agotada por las emociones del día. La tomé en brazos con delicadeza, sintiendo su calor contra mi pecho mientras la llevaba a su habitación.
La deposité sobre la cama como si fuera de cristal. Cada vez que la tocaba, mi lobo aullaba, reclamándola. Pero había aprendido a contenerme, a respetar sus tiempos. Aun así, no podía evitar quedarme allí, contemplándola bajo la tenue luz que se filtraba por la ventana.
Cuando sus ojos se abrieron lentamente, supe que había estado fingiendo dormir. Quizás para evitar la incomodidad de que la cargara, o tal vez para procesar todo lo que había descubierto sobre mí, sobre nosotros.
—¿Cuánto tiempo llevas mirándome? —preguntó con voz adormilada.
—El suficiente para memorizar cada detalle de tu rostro —respondí sin filtros. Ya no tenía sentido ocultar lo que sentí