Era el rugido del motor lo único que lo mantenía conectado a la realidad. Ian apretaba el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. De nuevo, la maldita sonrisa de Richard parecía no querer salir de su cabeza: “¿Has visto a tu hermanita en los últimos días?” La pregunta seguía retumbando en su cabeza, una y otra vez, como un recuerdo que se repite constantemente. No, no la había visto. No desde hacía días. Y eso era raro. Muy raro. Marcó a su número de celular. Tres tonos, cuatro tonos. Buzón.
Maldijo, marcó de nuevo, nada. Sabía que ella no era de las que contestaban siempre, pero esto… esto era diferente.
—Aguanta, Ellis —murmuró, pisando el acelerador.
(…)
El sitio donde Ellis había estado instalada con parte del equipo de seguridad parecía dormido desde la distancia. Pero al acercarse, el olor fue lo primero que sintió antes que cualquier otra cosa.
El olor a metálico de la sangre aún fresca.
Ian bajó del coche como un animal revisando en territor