Ian llegó a la mansión con el rostro tenso, los músculos de su espalda rígidos y la cabeza llena de pensamientos negativos. Todo en su interior le decía que las cosas peor de lo que parecía. La lucha por el poder estaba llegando a un punto crítico, y él lo sabía. El ambiente en la mansión había cambiado; algo en el aire era diferente, más pesado.
En cuanto cruzó la puerta, una sensación de incomodidad lo envolvió. No pudo evitar tensarse al ver a un grupo de sirvientes en silencio, moviéndose con una velocidad casi imperceptible, como si temieran ser despedidos. Ian dio un paso firme hacia la sala principal, quería averiguar qué pasaba. la puerta entreabierta lo invitó a entrar. Pero lo que encontró allí fue peor que cualquier pesadilla que hubiera imaginado.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —la voz de Ian sonó como un rugido en la habitación.
Francesca, sentada con calma en el sofá de la mansión, no se inmutó ante la furia de Ian. Sus ojos, llenos de malicia, lo miraron con d