En otro lado de la ciudad, Francesca recibió una llamada.
—¿Por qué no me respondías?—. Su espía por fin se había comunicado.
Suspiró pesadamente. El viaje había sido agotador y no tenía el humor para soportar los reclamos de una sirvienta.
—Estaba muy ocupada. ¿Por qué? ¿Pasó algo relevante?
Renata, su cómplice y la espía que había sembrado en la casa de los Spencer, no tardó en responder:
—Han pasado muchísimas cosas desde que te largaste. Muchas. Así que escúchame, por favor.—Número uno: el señor Spencer te reemplazó. Se casó con otra. Hablaba bajito para no ser descubierta. Si alguien se enteraba de que ella estaba ahí para informarle a Francesca cada paso que él amo diera, estaría muerta. Evaristo era un experto descubriendo traidores, y ella se había manejado con cuidado hasta el momento.
—¿Qué? —Francesca se irguió—. ¿Cómo que se casó con otra?
—Sí. Se casó con otra. Repitió con fastidio.
—Maldita sea… —murmuró, llevándose una mano a la frente—. Ya no tengo a dó