La sala estaba demasiado tranquila, más de lo que Ian hubiese querido. El aire estaba pesado, cargado de una tensión tan densa que parecía envolverlos a todos, incluso a los que no deseaban estar allí. La luz tenue del candelabro sobre la mesa proyectaba sombras largas en las paredes, y el sonido ocasional de un reloj que marcaba el paso del tiempo era lo único que rompía la quietud.
Ian Spencer no podía evitar sentir cómo su corazón latía con fuerza, más fuerte que de costumbre. Tenía la boca seca, y, a pesar de sus esfuerzos por parecer impasible, sabía que sus nervios se reflejaban en la rigidez de su espalda y la tensión en sus hombros. Había tenido que forzar a su hermana a estar allí, después de todo. Había sido ella quien, desde el primer momento, se había mostrado reacia a formar parte de todo esto. Sabía lo que representaba la lectura de este testamento. Sabía que marcaría un cambio, un cambio que ella nunca había querido.
Pero era obligación de ambos estar ahí, y para s