—¿Maritza?
Entonces, todo cobró sentido en la mente del mafioso.
Maritza había sido aprendiz de Evaristo durante años, casi como si fuera su propia hija. Aquello no era solo una traición: era un golpe brutal para su amigo.
—¿No es esto una maravillosa coincidencia? —soltó Maritza con una sonrisa venenosa.
El cinismo en sus palabras encendió la ira del mafioso. Había visto muchas traiciones que merecían pagarse con sangre, pero esta… esta rozaba lo imperdonable.
—Eres una…
—¡Shhhht! Yo no diría eso —interrumpió Micah Bianchi, con el arma ya apuntando al pecho de su enemigo. Su voz fue suave, casi amable, pero el dedo en el gatillo hablaba otro idioma—. No querrás darme una excusa para llenarte de balas.
—¿Qué demonios está sucediendo, Micah? ¿Por qué esta mujer está contigo? —espetó Francesca, con la voz cargada de furia.
El Bianchi sonrió como sonríen los locos, como si el mundo ardiera y él disfrutara el espectáculo.
—Disculpa la confusión, hermosa. Todo este tiempo