Capítulo 40

El arma seguía rozando el rostro de la modelo.

Fría, peligrosa…

El cañón acariciaba su piel como si midiera el lugar exacto donde dejar la bala.

Ella ni se movía. Ni respiraba fuerte.

Sabía que con ese nuevo Ian no se jugaba.

Intentó hablar. Decir algo que lo hiciera entrar en razón.

Pero era inútil.

Ese hombre ya no escuchaba.

Era un desquiciado, y ella lo supo al ver sus ojos: no quedaba nadie ahí dentro.

¿Cómo había logrado volverlo loco a ese grado? ¡Esa maldita mosca muerta!

—¿Dónde se esconde Bianchi?

La voz le salió apretada, atravesando los dientes que apenas lograban sacar las palabras.

Francesca no se atrevió a moverse más de lo permitido. El arma seguía ahí, tan presente como lo estaba ella. Y el miedo que estaba sintiendo era algo nuevo.

Y ella, que siempre había sabido jugar con fuego, entendía perfectamente que esa no era la partida para apostar.

No iba a poner en riesgo su valiosa vida por hacerse la lista.

Tragó saliva, seca, amarga.

Lo m
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