La noche se extendía como un manto de incertidumbre sobre el palacio. Marina contemplaba el techo de su habitación, incapaz de conciliar el sueño mientras las manecillas del reloj avanzaban inexorablemente. Las tres de la madrugada, y su mente seguía siendo un torbellino de pensamientos contradictorios.
Las palabras de Rashid resonaban en su cabeza con la persistencia de un eco en una cueva vacía: "Él nunca podrá darte lo que mereces". Frases calculadas, sembradas como semillas de duda en terreno ya fértil por sus propias inseguridades. Pero luego estaba ese beso... El recuerdo de los labios de Khaled sobre los suyos, desesperados, hambrientos, como si en ese contacto hubiera volcado todo lo que no podía expresar con palabras.
Marina se incorporó en la cama, abrazando sus rodillas contra el pecho. La luz plateada de la luna se filtraba por las cortinas de seda, dibujando patrones fantasmales en el su