Los vestigios humeantes del pequeño pueblo permitieron que el amanecer se filtrara. El silencio era tan denso que parecía oprimir los pulmones. Aria, envuelta en el manto de la mañana, miraba desde lo alto de una colina. Lo que sucedió la noche anterior todavía le hacía temblar las manos. El ataque había sido violento y veloz. Los lobos del Alfa Sombrío, a su paso, solo dejaron ruinas y miedo.
Eidan con una venda en su brazo estaba al cuidado de los heridos, con el rostro endurecido. Nerya se ocupaba de los niños, apaciguando sus sollozos y proporcionándoles agua. Raiden, con su instinto siempre alerta, estaba de pie sobre una roca, mirando fijamente los bosques del norte. El sol solo se había levantado hace unas pocas horas, pero ninguno de ellos había logrado dormir.
Aria apretó los dientes. No podía dejar que el miedo la derrotara. Desde su regreso a Luna Eterna, trató de adaptarse a su destino, pero parecía que cada paso lo conducía hacia una nueva sombra. Y en esta oca