Habían pasado meses desde la vuelta de Aria a Luna Eterna. Meses desde que vio a Rowan por última vez, y aunque intentara negarlo, algo dentro de ella continuaba latiendo al recordarlo. No lo iba a evidenciar.
Aún tenía presente esa propuesta: la oportunidad de casarse con él. Quizás lo habría tenido en cuenta cuando se enteró de que era su compañero destinado, pero ahora ese asunto ya no estaba en la mesa.
Se ajustó a su vida gradualmente. Entrenaba sin parar y asistía a las juntas del consejo con su padre. Raiden, siempre pendiente, estaba a cargo de cada entrenamiento de la princesa; Eidan y Nerya colaboraban con ella.
Con el paso del tiempo, se convirtió en una experta en combate y más hábil con las armas. Cuando no estaba entrenando, se encontraba con su madre. Seraphine la mimaba en exceso, con el anhelo de recuperar todo el tiempo que había perdido. Aria estaba feliz... aunque esa felicidad no sería eterna.
El rumor de pasos veloces por los corredores, las antorchas