El mensaje llegó cuando Clara revisaba sus apuntes en la biblioteca. Un escueto correo electrónico de la secretaría del rectorado solicitando su presencia inmediata. Sin explicaciones. Sin contexto. Solo la urgencia implícita en aquellas palabras formales que hicieron que su estómago se contrajera.
Mientras caminaba por los pasillos de la universidad, notó las miradas. No eran las habituales —esas de admiración académica o simple curiosidad— sino algo más incisivo, como si de pronto se hubiera convertido en el centro de un espectáculo que desconocía. Algunos estudiantes cuchicheaban al verla pasar, otros desviaban la mirada con incomodidad.
Cuando llegó a la antesala del rectorado, la secretaria la miró con una mezcla de compasión y reproche.
—Te están esperando —dijo, señalando la puerta con un gesto seco.
Clara respiró hondo antes de entrar. Lo que encontró al otro lado la dejó paralizada: no solo estaba el rector Mendoza, sino toda la junta directiva de la universidad, sentados en