El bullicio de la plaza central se convertía en el mejor escondite. Isabella ajustó las gafas oscuras sobre el puente de su nariz mientras León, a su lado, escaneaba metódicamente cada rostro, cada movimiento sospechoso entre la multitud. Llevaban tres días cambiando de ubicación, durmiendo en hostales baratos bajo nombres falsos, pagando solo en efectivo.
—No mires atrás —murmuró León, tomándola del codo con firmeza mientras cruzaban entre los puestos del mercado callejero—. Camina normal, como si estuviéramos eligiendo fruta.
Isabella asintió, intentando controlar el temblor de sus manos. Su cabello, ahora teñido de un castaño oscuro y cortado a la altura de los hombros, le resultaba extraño cada vez que captaba su reflejo en algún escaparate. Ya no era la hija del político Montero. Era nadie. Una sombra huyendo entre sombras.
—¿Cómo sabes que nos siguen? —preguntó en voz baja, fingiendo interés en unos mangos mientras observaba el reflejo distorsionado en un espejo decorativo del p