El amanecer se filtraba por las rendijas de la persiana cuando Isabella terminó de trazar el último detalle en el plano que había dibujado sobre la mesa. Llevaba horas trabajando, con la concentración de quien sabe que está jugando con fuego. Sus dedos, manchados de tinta, recorrieron el contorno del edificio principal de Aurora Pharmaceuticals mientras repasaba mentalmente cada pasillo, cada puerta de seguridad, cada punto ciego de las cámaras.
León entró en la habitación con dos tazas de café. Se detuvo en seco al ver los planos desplegados.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó, aunque la respuesta era evidente en sus ojos.
Isabella levantó la mirada sin un ápice de duda.
—Mi plan para entrar en Aurora.
León dejó las tazas sobre la mesa con un golpe seco que derramó parte del líquido sobre los papeles. Isabella no se inmutó.
—Ni lo sueñes —sentenció él, con esa voz que antes la habría hecho temblar—. No vas a acercarte a ese lugar.
—No te estoy pidiendo permiso —respondió ella, limpian