El amanecer apenas se insinuaba cuando el sonido de un motor rompió el silencio. León se incorporó de un salto, con la mano ya sobre el arma que guardaba bajo la almohada. Isabella, a su lado, despertó sobresaltada.
—No hagas ruido —susurró él, deslizándose fuera de la cama con movimientos felinos.
Se asomó por la ventana con cautela, manteniendo su cuerpo fuera del campo visual de quien pudiera estar observando. La tensión en sus hombros se aflojó ligeramente.
—Es Mateo —murmuró, aunque no bajó el arma.
Isabella se envolvió en la sábana. Había aprendido que en el mundo de León, incluso los amigos podían convertirse en amenazas en cuestión de segundos.
—¿Esperabas a alguien? —preguntó, intentando que su voz no delatara el miedo que sentía cada vez que su frágil burbuja de seguridad amenazaba con romperse.
—No.
Esa única palabra, cargada de recelo, le dijo todo lo que necesitaba saber.
León se vistió rápidamente, sin apartar la mirada de la ventana. El vehículo, un todoterreno negro co