El camino serpenteaba entre montañas, alejándose cada vez más de la civilización. Isabella observaba el paisaje a través de la ventanilla, sintiendo cómo cada kilómetro la separaba de su vida anterior. León conducía en silencio, con la mirada fija en la carretera y las manos tensas sobre el volante. Habían cambiado de vehículo tres veces desde su huida, y ahora viajaban en una vieja camioneta que parecía invisible para el mundo.
—¿Cuánto falta? —preguntó Isabella, rompiendo el silencio que llevaba horas instalado entre ellos.
—Poco —respondió él sin apartar la vista del camino—. Es un lugar donde nadie nos buscará.
El sol comenzaba a ocultarse cuando León desvió por un camino de tierra apenas visible entre la vegetación. Tras varios minutos de traqueteo, una pequeña casa de piedra apareció entre los árboles. No era ostentosa ni moderna, pero tenía algo que Isabella no supo identificar... una especie de dignidad silenciosa.
—¿Qué es este lugar? —preguntó mientras León apagaba el motor.