Hay algo en el aire. Lo siento como un depredador percibe el peligro, esa vibración sutil que altera el entorno. Mis hombres se mueven con normalidad por la casa, pero hay algo diferente. Una mirada que dura demasiado, un silencio que se extiende más de lo necesario.
Alguien está jugando un juego peligroso bajo mi techo.
Observo las cámaras de seguridad desde mi despacho. La pantalla dividida en seis cuadrantes me muestra cada rincón de la propiedad. Isabella está en su habitación, leyendo. Ha pasado una semana desde nuestro último encuentro, desde que sus labios se separaron de los míos con esa mezcla de confusión y deseo que me persigue en sueños. La mantengo alejada porque necesito claridad, porque cada vez que estamos cerca, mi venganza se desdibuja.
Pero hoy no puedo pensar en ella. Hay un problema más urgente.
—Marcos —llamo por el intercomunicador—. A mi despacho. Ahora.
Mi segundo al mando aparece en menos de un minuto. Es eficiente, leal... o eso creía hasta hace tres días, c