La mansión dormía, pero yo no. El silencio nocturno se había convertido en mi cómplice mientras mis pies descalzos avanzaban por el pasillo del segundo piso. Cada tabla de madera parecía conocer mi secreto, crujiendo apenas lo suficiente para recordarme que estaba transgrediendo límites invisibles.
León había salido hace horas. "Negocios", dijo escuetamente. Yo sabía traducir ese código: algo relacionado con su venganza, con mi padre, con ese plan que seguía siendo un rompecabezas para mí.
La puerta de su despacho estaba cerrada, pero no con llave. Casi como si esperara mi intrusión, como si me invitara a este baile macabro de descubrimientos. Respiré hondo antes de girar el pomo, consciente de que cada paso me alejaba más de la Isabella que había sido y me acercaba a una verdad que quizás no estaba preparada para enfrentar.
El despacho olía a cuero, madera y secretos. La luz de la luna se filtraba por las cortinas entreabiertas, dibujando sombras alargadas sobre los archivadores y es